Los niños son inocentes: inocentes ante los desmanes, la codicia, el deseo de los adultos. Al menos así lo pensaba el actor británico Charles Laughton cuando se decidió a dirigir esta película.
Los niños han sido siempre los grandes olvidados de los adultos hasta que éstos fijan su vista en ellos: si quien los observa es un psicópata religioso, poco podrán hacer ellos para salvarse.
Robert Mitchum crea uno de los personajes más odiosos del séptimo arte, el predicador Harry Powell, un enloquecido "reverendo", asesino, codicioso y brutal, que no se detiene ante nadie para conseguir sus fines, ni siquiera ante la vida de dos niños.
Esta es la historia de un acoso, de una huida, de la lucha entre el bien y el mal reproducido en el cine en un fantástico juego de luces y sombras. Una fotografía excelente y una poesía en el agua con los dos niños huyendo en una barca.
Laughton no dirigió más películas porque esta, en su estreno, fue un fracaso. Han tenido que pasar muchos años para que se la reconozca como lo que verdaderamente es: una pequeña obra de arte.