viernes, 18 de junio de 2010

Johnny Dowd

El otro día recomendaba en el blog de Xibeliuss el nuevo disco de Johnny Dowd, cantante americano.
Como esta tarde tenía algo de tiempo, me he entretenido subiendo algunas de las canciones maravillosas de este nuevo disco, "Wake up the snakes", con el deseo de que os gusten tanto como a mi.


"Hello Happiness" es mi favorita, y se la quiero regalar a Almalaire  porque 
siempre es maravilloso decirle "hola" a la felicidad.
Nena, espero que te guste.





"Yolanda" es la favorita de mi chico, quizá porque le recuerda en el estilo y la
voz a su adorado Tom Waits. Genial canción.



"Me and Mary Lou" para seguir el ritmo con la cabeza, jejeje.



"Howling wolf blues" me recuerda a Nick Cave.



"Swamp woman"


El disco entero merece la pena. :D
¡Feliz fin de semana!

jueves, 10 de junio de 2010

Derrames II


No recuerdo cuando perdí el humor, cuándo fue devorado por los celos, cuándo todas mis ideas se volvieron contra mi y me señalaron con el dedo: es ella, mírala, la intocable, la que no se vendía, la que tenía las cosas tan claras… Incluso oía sus risas en mi cabeza, sentía su (mi) burla en los momentos de lucidez que los celos me dejaban. ¿Para no volverme loca? Así era como me estaba volviendo loca en realidad, viendo claramente cómo mi personalidad se desdoblaba y cómo la que yo quería ser, la que yo creía que era, caía derrotada por la que nunca hubiera querido ser. Es difícil, lo se, hasta a mi me resulta complicado entenderlo; era como mirarte en un espejo y no reconocer a la persona que ves en él, sabes que eres tu, pero no te reconoces, no encuentras nada que te una a lo que ves, y sin embargo tu vida va en ello, ja.

-       Antes no eras así –me dijo.
-       ¿Antes, cuándo?
-       Cuando nos conocimos.
-       Cuando nos conocimos sólo íbamos a echar un polvo, y llevamos juntos más de seis meses –le contesté.
-       Pues ese es un buen motivo para estar contenta, ¿no?
-       ¿Tu estás contento? –quería que dijera que no, sólo para tener un motivo razonable para mi dolor.
-       La mayor parte del tiempo si.
-       ¿La mayor parte del tiempo sí? –me burlé -¿Qué significa eso? ¿Estás contento a ratos? Si no quieres estar conmigo dímelo y ya está.
-       No saques las cosas de contexto, anda, yo no he dicho eso –se estaba enfadando y me regocijé.
-       Es que no sé qué respuesta es esa, “la mayor parte del tiempo sí”, o estás contento o no lo estás, y punto. Me dices eso después de soltarme que antes no era así y quieres que me quede tan tranquila. ¡Pues lo siento, pero no!
-       Por favor, no levantes la voz, nos están mirando –en el restaurante donde cenábamos algunas cabezas se habían girado hacia nosotros –yo sólo quería decir que antes, al principio, estabas más alegre…
-       ¿Alegre? ¡Yo soy alegre! ¿No ves lo alegre que estoy? A lo mejor es que yo no vivo en la calle de la piruleta como tu, que parece que estás en una nube de algodón, joder.
-       No sé qué te pasa, pero vamos a dejarlo, ¿vale? –trató de sonreir tras la copa de vino pero yo sólo vi una cara distorsionada por el cristal.
-       No, no lo dejo. Explícame que pasa –exigí.
-       ¡No pasa nada, ostias! –gritó dejando de golpe la copa en la mesa. Ahora era evidente que nos miraban.
-       Estás gritando –susurré.
-       Me voy a tomarme una cerveza por ahí –dijo levantándose.
-       Pues adios –contesté muy digna.

Encendí un cigarrillo orgullosa no sé de qué triunfo, ignorando la gente que me miraba. Incluso me bebí lo que quedaba de la botella de vino y terminé la cena lentamente, regodeándome en mi soledad. Lo había buscado, llevaba toda la noche tratando de encontrar el punto que le hiciera saltar como un resorte, tan sólo para agarrarme a un motivo lógico que justificara mi malhumor, mi tristeza, mi frustración. Sabía que era un espejismo, que la lógica, lo razonable, hacía tiempo había salido de mi vida para instalarme en el caos de los celos sin sentido, pero encontraba placer en el dolor, como una masoquista psíquica (si es que eso existe). No quería amor, ahora lo se, quería humillarme, quería sufrir, quería que él se volviera contra mí para alzarme triunfal: señalarlo, gritar que era lo que yo esperaba, marcarlo como a un animal y finalmente someterlo a mi voluntad, dominada por los celos.
Nada salió como yo esperaba.


miércoles, 2 de junio de 2010

Derrames...



¿Quien no ha sentido alguna vez la necesidad de cerrar la puerta a su espalda y caminar sin mirar atrás? Da igual si cierras esa puerta suavemente, aunque lo ideal es pegar un fuerte portazo y luego sacar el dedo medio, eso si, sin dejar de caminar.
Hacia delante, siempre hacia delante. Sin mirar atrás. Fantástico. Lástima que sólo sea eso: fantasía, las puertas que tengo que cerrar son tantas que el miedo me atenaza y me impide reaccionar. Yo, que siempre me vanaglorié de hacerle frente a las cosas; yo, que gritaba con la boca grande que nadie, escúchame bien, NADIE, haría de mi un fiel reflejo de las mujeres que veía por ahí; yo, que presumía ante mis amigas de soltería de oro, de independencia, de hacer lo que me daba la gana, me como (sin patatas) mis palabras una a una. Amargas que están, las muy jodidas. Y ni una puta cerveza para acompañar. Así están las cosas. ¿Algún color después del negro?

¿Quien lo puso en mi camino? ¿Quién? ¿Qué maldita conjunción de estrellas hizo que me cruzara con el? Vale, no creo en las conjunciones de estrellas marcadoras de destinos, pero quedaba bien maldecirlas, muy sucio, muy real. Real como la vida, diría esa presentadora que quiere vendernos algo, lo que sea, lo que no necesitamos, da igual: cómpralo, no lo necesitas, pero, ¿qué harás sin él? ¿Qué haré sin él? Sin querer he vuelto a hablar de él, es como un círculo vicioso que me está arruinando la vida (tan real). Voy a fumarme un cigarrillo, con los pulmones llenos de humo pienso mejor. Acompáñame.

-       Tú debes tener más de treinta –me dijo.
-       ¿Años? ¿Y a ti que te importa? (mamón).
-       Lo digo porque destacas entre tanta cría –lo arregló.
-       Vaya, debes ser el único tío por aquí que no babea con las crías. Voy andando con cuidado para no resbalar…
-       No, a mi me gustan de más de treinta.
-       Pero tú no debes tener más de veinticinco –mirándolo me daba cuenta de que veinticinco eran muchos.
-       Tengo veintisiete y una teoría –me contestó con una sonrisa.
-       Vaya, te conservas muy bien –me odié por decir eso, pero así fue y así lo cuento -¿y qué teoría es esa?
-       Mi teoría es que cuando uno quiere echar un buen polvo y además hacerlo en la primera cita, o el primer encuentro, o como quieras llamarlo, hay que fijarse en una de más de treinta.
-       ¿Y por qué?
-       Pues porque las de veinte todavía van buscando el príncipe azul, quieren besos, quieren citas, quieren que las llames por teléfono…
-       ¿Y las de más de treinta no? –interrumpí.
-       No, las de más de treinta quieren lo mismo que yo: un polvo de una noche, sin preocupaciones, sexo y nada más. Así que si quiero un buen polvo sin consecuencias, elijo a una mujer de más de treinta años –concluyó.
-       ¡Ja! –no pude evitar reír -¿y cuantas veces te ha pasado eso?
-       Ya te he dicho que es una teoría –sonrió.

Esa noche llevamos la teoría a la práctica, y a mi se me olvidó que tenía más de treinta, y que no quería ataduras, ni llamadas de teléfono. Me convertí en lo que no quería ser y dejé de ser lo que creía que era. Porque ahí está el quid de la cuestión ¿quién era yo? ¿la dura que no se enamoraba de ninguno, la mujer independiente? El descubrir que yo en realidad era otra persona fue brutal. Tanto que me superó en el sentido más literal de la palabra: fui desbordada por esa nueva personalidad (asquerosa) que se adueñó de mis actos y mis pensamientos, como si siempre hubieran sido suyos. Quizá lo eran y mi yo anterior no era más que una ficción. Siempre he sido muy fantasiosa, pero nunca pensé que hasta el punto de vivir más de treinta años (ja) con una personalidad impostada.
Me parece que voy a necesitar algo más fuerte que un cigarrillo si quiero seguir escribiendo. Luego vuelvo.